A semanas de recibir un nuevo año de vida, a cumplir 42 para ser exactos, he tenido un sinfín de reflexiones que han acompañado mis días, en altibajos de emociones, no lo puedo negar…
Hace días me soltaron el primer “estás muy pero muy bien conservada para tu edad” y de ahí a llamarme Doña es solo un paso. Aunque de joven, gente nefasta de la que nunca falta, me llamaba señora por mi peso, lo encontraban divertido y gracioso.
La verdad y debo decirlo, de jovencita me había planteado una versión muy distinta a la que soy hoy por hoy. Me hacía casadísima, con hijos, con perros y feliz como toda una “Desperate housewife” al mejor estilo de Susanita, la amiga de Mafalda; profesionalmente hablando no tenía para muy claro a donde estaría. Ahora que llegó el día, todo es al revés de como mi inmadura y divertida visión de joven lo había imaginado. Profesionalmente estoy diría que en un momento maravilloso y cada día acercándome a mi mejor momento. Y digo esto, porque aunque estoy muy realizada en este plano y estoy mucho mejor de donde soñé alguna vez poder estar, he tenido la bendición de evolucionar y crecer a pasos agigantados en períodos de tiempo a veces bruscos y cuando apenas estoy asimilando “mi momento” vienen otros grandes momentos. Así que “mi momento” aún no llega, o quizá estoy permanentemente viviendo en él.
Y aunque no aparente los 42 para nada, los tengo tan solo en referencias, porque para nada me siento como el mundo asume que es esta edad. La edad no solo se tiene, sino que se vive también.
Lejos de estar mal casada, divorciada o cual doña con el moño suelto de catadora de vino en casa de las amigas, estoy tranquila y centrada como siempre y como nunca, enfocada en mis objetivos profesionales ya trazados y asumiendo los que no esperé ver llegar, recuperada de la experiencia de haber lidiado con un psicópata integrado y lista para ilusionarme una vez más con alguien y de alguien para compartir con él mis días y mi vida que es tan poco típica de cuando en vez y de vez en cuando.
La vida no es para vivirla de acuerdo a estándares sociales, expectativas viciadas, ajenas a ti y mucho menos para cumplir deseos de terceros. La vida es una jornada personalísima que irá acorde a nuestras decisiones. Cambiando y variando por situaciones ajenas a nosotros. Eso es la vida y nada más…
De niña recuerdo se hablaba de menopausia, vejez, canas y arrugas con terror y en un secretismo ridiculísimo, como cosas de ancianas de esas que ya tocan con los dedos la muerte, el aire sombrío era inminente en la narrativa. Y aunque de esa triada solo tengo las canas fabulosamente pintadas, lo demás vendrá inevitablemente y para nada puedo decir con propiedad y tranquilidad, que cambiarán mi espíritu eternamente joven y mi hambre por vivir, crecer y evolucionar. En mi adolescencia mucho me advertían las mujeres adultas a mi alrededor que ni soñándolo debía yo llegar a los 40 sin casarme. Que simplemente no era oportuno ni sano que me ocurriera. Costumbres de antes, preceptos, dinámicas que se fueron repitiendo de generación en generación. Y ahora que estoy por empezar mis flamantes 42 años, veo cada vez más mujeres libres, realizándose o empezándose a realizar en sus sueños y metas, más vivas, fogosas productivas y asertivas que inclusive en sus años de juventud. Y un grupo, a mi parecer en una mezcla agridulce de despertar y pesar, dándose cuenta de que están casadas bien con la persona equivocada o con una persona a la que ya no pertenecen más como parte de este dueto. Si bien es cierto que cada edad nuestra exige un nivel de madurez distinto y una nueva versión de nosotros, lo que estoy viendo en amigas y mujeres contemporáneas a mi es preocupante y mucho. Angustiadas por el que dirán (y el reloj biológico un poco también) corrieron a casarse y no se sentaron a ponderar realmente si la decisión que estaban por tomar era la correcta. La costumbre las mareó y aquí están. El matrimonio no es ni será jamás un juego.
Tantas cosas nos han cambiado en la vida para todos. Yo repaso mi vida y recuerdo risueña las metas y parámetros que tenía, me causa ternura. Mi evolución ha sido profunda y a todo color sin duda. La inmadurez da para hacer aseveraciones absolutistas a los 18 años y mucho más; todos caímos en eso. Lo bueno es que el tiempo pasa, nos moldea y perfila. Si me lo preguntan, nos pone más hermosos. Para mí la experiencia de la vida no tiene parangón y siempre la veré como un agente aliado que saca lo mejor de nosotros.
Por lo pronto vengan esos 42. Aquí estoy, de melena despeinada, más atrevida, sofisticada, plena y corajuda que nunca, más enamorada de la vida, soñadora y dispuesta a vivir que nunca, esperando de brazos abiertos a ese gran hombre que me sabrá sostener en sus brazos viéndome a los ojos y gritarle al mundo lo orgulloso que se siente de mí, y preparando mis cafés y mimos para esas largas jornadas de escritura y edición.
La vida es hoy, es ahora. No espera a que se nos quite el miedo, no espera a estar listos. Pasa…y punto. La vida, esa jornada de partos emocionales y risas que nunca termina hasta que termina, a pesar de que llevo un rato viviéndola, ahora es cuando estoy lista para experimentarla.
Sin daños a terceros, sin te amos pendientes, sin un solo “que hubiera pasado si” atascado en el pecho…lista, más que lista vida mía para vivirte.
La belleza de los años…mis años.
¡Hasta la próxima!
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