El reencuentro que tuve con parte de mi familia, tras su salida de Venezuela, fue hace casi tres años aquí en Madrid. La celebración se concretó como paseo-picnic en el parque El Retiro. Fue una tarde tan bella y llena de anécdotas, recuerdos, alegría, sentimientos y momentos mágicos; me sentí arropada por la calidez de los abrazos de mis afectos, la ternura de mis sobrinos, la complicidad de mi hermanita, las risas de mi cuñado.
Al llegar a casa, aún profundamente emocionada, escribí un poema para esa gente mía que es arte y parte de mi vida.
Lo llamé «Algunos lugares».
Meses después de ese y otros encuentros, vi un anuncio de un concurso de poesía: «Clara de Campoamor», organizado por el Distrito Retiro de Madrid. Tuve el atrevimiento de postular para ese certamen aquello que plasmé de mi alegría de tarde familiar.
Y entonces, un día cualquiera de esos en los que se materializan los regalos de Dios, me escribieron al correo para notificarme que mi poema, ese pedazo expuesto de mi alma y cuya métrica perfecta era el amor, había sido seleccionado para formar parte de una antología poética que editaría Cultura del Distrito Retiro de Madrid.
Es así que aquí, en una de las páginas de este libro y entre hermosos textos de poetas y escritores, está impresa cada letra de la energía que movió mi corazón aquella tarde, el paisaje bonito y colorido que pinté con mi alma, el rostro de los integrantes de esta familia que me sostiene desde cada punto cardinal de mi mundo afectivo.
Estas fotos con el libro en mis manos estaban pendientes. Me las hizo mi adorada Franyi en Cibeles, en nuestro paseo de ayer con mamita.
Gracias familia, por ser siempre inspiración para mí, por sumarme poesía desde la sencillez y la belleza de nuestra cotidianidad.
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