Hace ya algún un tiempo leí en una publicación, la supuesta anécdota de Michelle Obama junto a su esposo Barack en un restaurant. El dueño del lugar y ella se saludaron efusivamente. Obama preguntó de dónde se conocían. Ella le contó que él había sido un novio de su juventud. Obama le dijo, “entonces si te hubieras casado con él ¿tú serias dueña de este lugar?” y Michelle Obama respondió “NO, si nos hubiéramos casado él sería el Presidente de Estados Unidos”.
Verdadero o falso, esta es una de esas respuestas que demuestran el extraordinario poder de una mujer.
En la pareja, en la familia, en la educación de los hijos, en el país, en el mundo y sin ánimos de ser una feminista con bandera y sin pretender subestimar, en lo absoluto, el valor de los grandes hombres (parí dos varones fantásticos y entre padres, hermanos, cuñados, ex esposos, pareja actual y amigos existen excelentes hombres), ese universo complejo, susceptible, delicado, irritable, protector, sublime, explosivo, tierno, firme llamado “mujer” tiene el poder, además de dar y permitir la vida, de procurar momentos, de alterar situaciones, de cambiar destinos, de sanar, de crear lugares, de borrar cicatrices, de reprender, de abrazar, de guiar. Un poder que nos pertenece y que debemos interiorizar y usar con inteligencia y amor.
Habría menos qué lamentar si abriéramos el camino a esa gerente intuitiva y nata que llevamos todas las mujeres por dentro.
Tal vez no lleguemos a ser “primeras damas” y tampoco creo que sea un sueño dorado para las que piensen similar a mí, pero con toda seguridad seríamos primeras mujeres comprometidas con la felicidad de nuestro entorno y, sobretodo, con nuestra propia felicidad.
Productora teatral • Escritora • Locutora
0 Comments