Hoy es domingo y me puse un filtro. Mientras lo escogía me preguntaba por qué lo hacía y a la par me daba respuesta justificando su uso: este filtro me hace ver más luminosa, la piel muy lisa, impecable, tipo muñeca. No hay líneas de expresión en mi rostro (o de gritos por la impresión, como dice una prima mía), la serenidad del alma -exista o no- se acentúa, me veo más bonita (aunque en persona no sea la misma cosa).
En resumen, el filtro hace de mí una persona más guapa que podría atraer, inmediatamente, al aparecer en ese amplísimo universo gráfico de las redes sociales, montones de miradas. Esto genera interacciones: la gente me ve allí, radiante, feliz, realizada, sin maquillaje pero con mi naricita mostrando un perfecto punto de luz en la punta y unos dientes por los que jamás se ha colado un sorbo de café.
¡Vivan los filtros!
A todas nos encanta vernos bellas y que se detengan a mirarnos, y en instagram el fin es que se sumen muchos «me gusta». Sobre todo porque esto permite que aquello que deseas compartir, lo que sale del lugar sin filtro posible: el corazón, pueda ser leído por otros y quizá, tal vez, sembrar un poquito de alegría, entusiasmo o emoción a quien se estacionó un momento en tu cuenta.
LA MÁS HERMOSA
¿Qué mujer no desea ser hermosa?, ¿verse bonita, interesante, elegante, coqueta? Sabemos que lo del filtro es una ilusión pero, ¿qué significa ser hermosa realmente?, ¿quién decide que una mujer que no cumple con algunos estándares sociales impuestos en cuanto a medidas, edades, colores o tallas, es bella o no?
Crecimos con un cuento en la cabeza, el del espejito y la pregunta de aquella reina malvada: «quién es la más bella del mundo», a la que el espejito respondía «tú eres la más bella». Hasta que apareció otra que, a «los ojos del espejo» resultó más hermosa aún.
Creo que nos atormentamos al no encontrar un lugar en el espectro de tal o cual belleza, natural o creada, y la verdad es que todas somos bellas a nuestro estilo y maneras, con nuestra gracia, nuestra energía, nuestro peso, nuestra nariz, nuestra risa, con ojitos tristes o rasgados, con pelo largo o corto, liso o chicha.
Cuando mi hijo Jorge estaba pequeño, como de ocho años, lo recuerdo decir al verme salir despelucada, sin maquillaje y a la carrera para no llegar tarde a una cita, «estás bonita, mamá».
Y luego mi cachorrito Luis -quien nació cuando yo estaba cerca de cumplir los cuarenta- me abrazaba al dejarlo en la entrada del kinder y después del beso me decía «mami, eres la mujer más bella que he conocido en mi vida». Tenía cuatro años…toda una vida, pues. Pero por supuesto la mirada de mis hijos acerca de mi belleza, subjetiva o no, tenía -y tiene hoy día- el valor de quien ve aquello que no se ve pero se siente: el Amor.
Un amigo se enamoró perdidamente de una amiga en común y que era espectacularmente hermosa. Transcurridos unos meses, mi amigo terminó la relación y cuando hablamos de su ruptura. Me dijo que en el transcurso de su enamoramiento, en medio de reiteradas discusiones que hicieron insoportable la convivencia, «dejó de verla bella». Dejar de ver bella a ese mujerón era imposible, pero insisto entonces con esta anécdota que, la belleza que se mira, se siente y se descubre desde el Amor, no tiene nada que ver con el aspecto físico.
Ser bellas; auténticamente bellas. Bien bonitas en esencia; femeninas, seguras, poderosas, soñadoras, llenas de ilusión cada mañana, enamoradas, con planes y sueños que algún día se realizarán. Sin patrones ni moldes pues, cada quien es quien en este mundo real y en el virtual. No necesitamos fingir ser otras, ni aspirar juventud eterna pensando que solo en la juventud se puede ser bella.
El filtro sí. Discreto, por favor; nada de orejitas, bigotes, narices de gatitos ni conejos.
¡Feliz domingo!
Si gustan disfrutar mi poemario traducido al italiano, aquí el link.
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Productora teatral • Escritora • Locutora
Sabias palabras sobre la vida que dan luz para aceptar lo maravilloso que es vivir. Bellas las fotos y me encanta la de mi querido Jorge 🤗
Gracias! Jorge siempre es encantador. Cariños